Querido Mikel:
No puedo más. Esta carta es absolutamente ridícula. Me hace sentir infantil y estúpida, pero es lo único que se me ocurre para decirte sin arrepentirme lo que llevo un tiempo pensando. No puedo seguir ignorando la situación, ayer te pasaste.
¿Qué ocurrió ayer?, te preguntarás. Pero estarás disimulando. No lo hagas más. No pienso ser amable contigo: tú ya sabes lo que hay. Sabes que estoy con él. No tienes ni idea de lo que tenemos.
Él fue quien se acercó a mí cuando nadie lo hubiera hecho. Él descubrió que yo podía ser más que un bloque de hielo. Y le quiero, sé que es cierto, así que o paras, o no me quedará más remedio que odiarte. No me obligues.
¿Qué te pasa? Cuando nos encontramos contigo, te comportas como si te escondieras de mí. Él no se entera, pero yo sé lo que significa. Rechazas mis abrazos, con mirada comprometida, como si escondiéramos algo. Al acercarme, noto que me rodea la culpabilidad, la aspiro, la respiro y queda en mis pulmones, sedimentada; y me ahoga, hasta horas después. Ahora mismo me cuesta respirar.
Desde el día en que él nos presentó, jamás nos hemos tocado, ni siquiera un tonteo en broma. Hasta ahora habías sido un colega. Habías llegado a ser un Amigo. ¿A qué viene esto?
Quiero saltarme esa barrera invisible que nos impones, porque es irreal. No hay nada. Como cuando te dije ayer: “ven conmigo, acompáñame a la barra”…, tu mirada fue de halagadora sorprendida felicidad pero entonces me dijiste al oído, “no, vete con él, con él es con quien debes estar”. Y lo vi como tú lo ves: prohibido. De repente, lo veo como nadie más lo podría ver ni sospechar, y mi cuerpo se rebela.
Entre la atronadora música, me dices que él es increíble, que es como tu hermano, y para hacerlo rozas con tus labios mi oreja, apenas un momento. ¿Creías que no me iba a dar cuenta? yo sé que no es ni el alcohol, ni el cansancio, y que lo que me dices es la disculpa que te esgrimes a ti mismo para no enfrentarte a mí.
Deja de provocar mis sonrisas. Deja de cantarme sus virtudes, que ya las conozco. Deja de hacerme estremecer para inmediatamente rectificar y acariciarme el pelo como si fuera tu hermana pequeña o tu gato. Deja de alejarte cabizbajo, siempre la distancia suficiente para que me sienta tentada a consolarte, a intentar paliar la desdicha que sufres (atención a la prepotencia) por no poder luchar por mí. ¿O es que no es fingida esa teatral indiferencia?
Esos dos besos que me das al despedirnos no son los besos impersonales que debes, porque rozas la comisura de mi boca distraídamente, y yo sé que no es casual. Es el borde del límite que te has impuesto. No puedo seguir haciendo como si no me diera cuenta. Y no quiero sentirme culpable.
¿Qué puedo hacer salvo esto? ¿esperar que algún día te atrevas a confesármelo? Conoces la respuesta: la respuesta será que lo amo a él.
Pero ¿sabes, Mikel? Necesito saber que todo esto es cierto, que me buscas, que no me he vuelto loca, que eres tú quien me necesita.
Y debo saberlo antes de que un día aparezcas con otra y me destroces.
No puedo más. Esta carta es absolutamente ridícula. Me hace sentir infantil y estúpida, pero es lo único que se me ocurre para decirte sin arrepentirme lo que llevo un tiempo pensando. No puedo seguir ignorando la situación, ayer te pasaste.
¿Qué ocurrió ayer?, te preguntarás. Pero estarás disimulando. No lo hagas más. No pienso ser amable contigo: tú ya sabes lo que hay. Sabes que estoy con él. No tienes ni idea de lo que tenemos.
Él fue quien se acercó a mí cuando nadie lo hubiera hecho. Él descubrió que yo podía ser más que un bloque de hielo. Y le quiero, sé que es cierto, así que o paras, o no me quedará más remedio que odiarte. No me obligues.
¿Qué te pasa? Cuando nos encontramos contigo, te comportas como si te escondieras de mí. Él no se entera, pero yo sé lo que significa. Rechazas mis abrazos, con mirada comprometida, como si escondiéramos algo. Al acercarme, noto que me rodea la culpabilidad, la aspiro, la respiro y queda en mis pulmones, sedimentada; y me ahoga, hasta horas después. Ahora mismo me cuesta respirar.
Desde el día en que él nos presentó, jamás nos hemos tocado, ni siquiera un tonteo en broma. Hasta ahora habías sido un colega. Habías llegado a ser un Amigo. ¿A qué viene esto?
Quiero saltarme esa barrera invisible que nos impones, porque es irreal. No hay nada. Como cuando te dije ayer: “ven conmigo, acompáñame a la barra”…, tu mirada fue de halagadora sorprendida felicidad pero entonces me dijiste al oído, “no, vete con él, con él es con quien debes estar”. Y lo vi como tú lo ves: prohibido. De repente, lo veo como nadie más lo podría ver ni sospechar, y mi cuerpo se rebela.
Entre la atronadora música, me dices que él es increíble, que es como tu hermano, y para hacerlo rozas con tus labios mi oreja, apenas un momento. ¿Creías que no me iba a dar cuenta? yo sé que no es ni el alcohol, ni el cansancio, y que lo que me dices es la disculpa que te esgrimes a ti mismo para no enfrentarte a mí.
Deja de provocar mis sonrisas. Deja de cantarme sus virtudes, que ya las conozco. Deja de hacerme estremecer para inmediatamente rectificar y acariciarme el pelo como si fuera tu hermana pequeña o tu gato. Deja de alejarte cabizbajo, siempre la distancia suficiente para que me sienta tentada a consolarte, a intentar paliar la desdicha que sufres (atención a la prepotencia) por no poder luchar por mí. ¿O es que no es fingida esa teatral indiferencia?
Esos dos besos que me das al despedirnos no son los besos impersonales que debes, porque rozas la comisura de mi boca distraídamente, y yo sé que no es casual. Es el borde del límite que te has impuesto. No puedo seguir haciendo como si no me diera cuenta. Y no quiero sentirme culpable.
¿Qué puedo hacer salvo esto? ¿esperar que algún día te atrevas a confesármelo? Conoces la respuesta: la respuesta será que lo amo a él.
Pero ¿sabes, Mikel? Necesito saber que todo esto es cierto, que me buscas, que no me he vuelto loca, que eres tú quien me necesita.
Y debo saberlo antes de que un día aparezcas con otra y me destroces.
6 comentarios:
No tenemos abuela, me han dicho...
Y dale Jake: es sólo una historia..., no es autobiográfica.
Y además, cómo sabes tú que no estoy buenísima, no soy majísima, y no ligo mogollón? A veces la red da estas sorpresas.
Te reto a que pongas una foto tuya.
Mejor, te reto a que pongas una foto tuya con 17 años.
Jake: Jajajajajajaja. Creo que paso.
Mira que no aceptar un reto de Jake.. :P
Está muy bien. Felicidades :)
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