Os va a faltar el tiempo para criticarme con esto. Me da igual. Es un sentimiento que tengo desde hace tiempo. ¿Por qué no ponerlo aquí? En la vida real se perdería en un mar de matizaciones. Y paso. Quien quiera entender que entienda.
¿Recordáis aquella bomba que estalló en Torrevieja, mientras una joven de ETA, Olaia Kastresana, manipulaba el explosivo? Su novio, Anartz, por lo visto también de ETA y que le acompañaba, no estaba allí en ese momento, y se fugó. Un par de días más tarde apareció la esquela de Olaia en el GARA, sólo con dos palabras: "Maite zaitut". Se la había puesto Anartz.
¿Me creéis si os digo que lloré cuando lo ví? Igual es que estaba premenstrual. Ahora en serio, por encima del cinismo. Lloré cuando lo ví y aún me entristece si la veo. Para mí, que me afectase significa otra cosa. Significa que me afecta más el amor que el odio. ¿Para qué sirve el sentimiento de venganza, decir "mejor ella que otro inocente que pasara por allí"? Es mejor saber llorar por la tristeza, por el sufrimiento, por la belleza, incluso de aquél que prepara el sufrimiento de otros.
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Bueno, total, que he encontrado un artículo de Umbral hablando de eso... no es uno de mis autores favoritos, pero aquí refleja lo que yo siento: que entre el odio, la mierda y la sangre, surge, como una flor en un basurero, el amor, la poesía y la épica.
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Casi una historia de amor
FRANCISCO UMBRAL
Anartz, el etarra huido, era novio de Olaia y trabajaba en la funeraria de Pasajes. Olaia Castresana Landaberea voló con la bomba entre las manos. Anartz, su amor, su novio, su compañero, le ha puesto la última esquela: «Maite Zaitut» («Te quiero»). La cruz no es una cruz católica ni griega ni gamada, pero es una cruz de fino adorno. He aquí un comando unido no por el odio sino por el amor. La desgraciada amante se ha hecho famosa como culpable y como víctima. Anartz le pone una esquela.
Habría que remontarse a Shakespeare o a los griegos para encontrar una historia de amor tan violenta y adolescente. Pero lo cierto es que el amor herboriza con frecuencia en el territorio de la sangre, y entonces adquiere más veracidad y fuerza que los amores nacidos a la sombra de las muchachas en flor. No podemos hacer un esfuerzo para entender a esta pareja que se habían conocido, como tantas, en el polvoriento bachillerato, y habían pasado juntos al ideal abertzale, viviendo como amor el diario encrespamiento de las manifestaciones y la muerte, viviendo como dolor la caída de un compañero. Es puro Shakespeare, sí, o lo será dentro de cien años. Hoy queda ahí la esquela que él le puso y que tengo entre mis manos temblorosas no sé si de amor o de odio. Al amor suele faltarle argumento y cobra más vitalidad cuando una guerra, una lucha, un conflicto familiar, social o político complejiza sus pasiones poniendo sangre en los besos, poniendo ternura en las manos tatuadas de pólvora.
Anartz no era un buen estudiante, pero sí un joven inquieto que exhibía su actuación en la kale borroka. Hasta ahí le seguía Olaia con pie breve y decidido, como antes había destacado en el deporte. 23 y 22 años. Dos adolescencias traídas al brocal de la juventud y de la lucha por la mano de un ideal, que para ellos lo era, porque lo que pasa es que no se puede ser joven sin un amor y una lírica. La lírica de estos dos niños la entendemos mal los españoles, pero a ellos les servía. Habían dejado su amor en euskera, esa escritura de pintada, en las calles de San Sebastián.
Vivían en un piso pequeño cargado de amor y munición. La épica de la guerra arrastra siempre la lírica de los besos. Todo esto hubiera sido un lugar común sin las circunstancias finales y fatales que conllevan con frecuencia los guerrilleros apresurados, los revolucionarios pasionales y aquéllos que confunden la sangre de la vida con la hemorragia de la muerte. Anartz trabajaba en una funeraria, manejaba esquelas, y la última esquela que ha publicado es la de su propia novia. Entre el grupo de esquelas que enlutaron el periódico Gara con la tipografía urgente y sentimental de las esquelas a Olaia, se lee la palabra seca y fuerte, como un disparo, pero luminosa como un verso: «Maite Zaitut».
«Te quiero». En todos los idiomas del universo se han escrito estas dos palabras. No hay un dativo más corazonal en ninguna gramática. Eran dos jóvenes asesinos en proyecto, pero seguro que también tendrían otros proyectos más leves, más puros, más verdaderos, menos equivocados, más vivideros. Entre el amor y el crimen, la muerte no les ha dado tiempo a elegir el color de la vida frente al color negro de las esquelas.
Habría que remontarse a Shakespeare o a los griegos para encontrar una historia de amor tan violenta y adolescente. Pero lo cierto es que el amor herboriza con frecuencia en el territorio de la sangre, y entonces adquiere más veracidad y fuerza que los amores nacidos a la sombra de las muchachas en flor. No podemos hacer un esfuerzo para entender a esta pareja que se habían conocido, como tantas, en el polvoriento bachillerato, y habían pasado juntos al ideal abertzale, viviendo como amor el diario encrespamiento de las manifestaciones y la muerte, viviendo como dolor la caída de un compañero. Es puro Shakespeare, sí, o lo será dentro de cien años. Hoy queda ahí la esquela que él le puso y que tengo entre mis manos temblorosas no sé si de amor o de odio. Al amor suele faltarle argumento y cobra más vitalidad cuando una guerra, una lucha, un conflicto familiar, social o político complejiza sus pasiones poniendo sangre en los besos, poniendo ternura en las manos tatuadas de pólvora.
Anartz no era un buen estudiante, pero sí un joven inquieto que exhibía su actuación en la kale borroka. Hasta ahí le seguía Olaia con pie breve y decidido, como antes había destacado en el deporte. 23 y 22 años. Dos adolescencias traídas al brocal de la juventud y de la lucha por la mano de un ideal, que para ellos lo era, porque lo que pasa es que no se puede ser joven sin un amor y una lírica. La lírica de estos dos niños la entendemos mal los españoles, pero a ellos les servía. Habían dejado su amor en euskera, esa escritura de pintada, en las calles de San Sebastián.
Vivían en un piso pequeño cargado de amor y munición. La épica de la guerra arrastra siempre la lírica de los besos. Todo esto hubiera sido un lugar común sin las circunstancias finales y fatales que conllevan con frecuencia los guerrilleros apresurados, los revolucionarios pasionales y aquéllos que confunden la sangre de la vida con la hemorragia de la muerte. Anartz trabajaba en una funeraria, manejaba esquelas, y la última esquela que ha publicado es la de su propia novia. Entre el grupo de esquelas que enlutaron el periódico Gara con la tipografía urgente y sentimental de las esquelas a Olaia, se lee la palabra seca y fuerte, como un disparo, pero luminosa como un verso: «Maite Zaitut».
«Te quiero». En todos los idiomas del universo se han escrito estas dos palabras. No hay un dativo más corazonal en ninguna gramática. Eran dos jóvenes asesinos en proyecto, pero seguro que también tendrían otros proyectos más leves, más puros, más verdaderos, menos equivocados, más vivideros. Entre el amor y el crimen, la muerte no les ha dado tiempo a elegir el color de la vida frente al color negro de las esquelas.
3 comentarios:
YO CREO QUE ESTE AMOR HUBIESE SIDO DE PELICULA CADA VEZ QUE QUE VEO TE QUIERO EN EUSKERA YO TAMBIEN LLORO Y NO ME AVER GUENZO PUES EX NOVIO SIEMPRE QUE ME DECIA TE QUIERO ME ACUERDO QUE ERA EN EUSKERA Y SONABA MUY BONITO PERO MI SUEÑO TAMBIEN SE TERMINO
Que se joda esa hija de puta fanática mal nacida, pd. Olaia no juegues más con petardos q te puedes hacer daño. Puta.
Ojala hubiese volado el otro hijo de puta con ella. Le deseo una larga travesía por el infierno a la asesina, y ojalá hubiera sufrido en vida unos cuantos días de agonía.
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