martes, julio 18, 2006

The smiling man II

Túnez, hace un par de veranos.
Zibuk, muerta de calor, claro.
Paramos en un pueblecillo en medio del Sahara en el que había algo para ver, no sé si era uno que tenía una pequeña catarata o unas palmeras con dátiles, no lo recuerdo.
El caso es que en el pueblo había un café y una terracilla, y allí fuimos todos los turistas después de la visita a lo que fuera que había que visitar. Mientras me tomaba una Coca Cola vi que un señor de unos 60 años se acercaba a las mesas. Bueno igual era más joven, pero aparentaba 60, por la dentadura, por las arrugas de la piel...
Al principio pensé que estaba pidiendo, pero en Túnez nadie pide limosna. Intentan venderte cosas, a lo mejor no tienen apenas valor, pero nunca piden, siempre venden. Este señor pasaba por las mesas ofreciendo rosas del desierto, unas piedras que se forman bajo la arena del desierto con forma de rosas. Se venden por todo Túnez a un dinar cada una, por todos los lados.
Nadie le compró rosas ese día al señor, porque ya habíamos pasado por muchos sitios donde vendían lo mismo, o porque la gente prefería comprar más adelante, para no cargar con su peso (no olvidéis que son piedras al fin y al cabo).
Bueno pues lo extraño es que este señor, en su pobreza más absoluta, con las sandalias raidísimas, casi desdentado, y con sus seis o siete rosas del desierto en la mano; a cada negativa contestaba con una sonrisa y una especie como de saludo de despedida.
En todo el rato que estuve allí no atendí a la conversación de mi mesa, porque le estaba mirando.
No sé por qué sonreía.
Me dan ganas de llorar de sólo recordarle.
Somos unos putos occidentales de mierda.
Tenía sólo unas piedras que vender en un pueblo perdido en el desierto, sin nada más que la visita diaria de un grupo de turistas anónimos que pasan por allí y se van. En medio del puto Sahara. Un calor...
(¿Me he explicado mejor ahora?)

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Pero esa gente es mucho mas feliz que nosotros....

en serio...

Anónimo dijo...

Sí, tenemos tanto que esperamos mucho más.

O igual es que sabía que con una mala cara espantaba a los clientes (soy única rompiendo el romanticismo del momento).

En serio, no me extraña que le recuerdes toda la vida. Nos damos cuenta que lo que nos importa en realidad no vale tanto.