El viento soplaba sobre la ría, y Miren, sentada sobre Asier, en el banco del parque, miraba preocupada las gaviotas que se acercaban volando. "Va a hacer malo" "Por qué lo dices?" "Vuelven las gaviotas a tierra, hay mala mar. Galerna." Asier volvió la cabeza. En los columpios se columpiaba un chaval, sostenía la cadena de su perro y lo controlaba distraídamente, mientras hacía sonar el metal oxidado del asiento. Miren miró los ojos azules de Asier y se entristeció. Hacía tiempo que no tenían nada que decirse. Asier puso las manos en su cintura. La miró. "¿Qué?" "¿Me quieres, Asíer?" "Claro", mintió. Y ella puso los brazos alrededor de su cuello, lo abrazó y depositó sus labios, llenos de mentiras, sobre los de él. Y pensó que tal vez la felicidad era aquello: estar con alguien, cómoda, en confianza, traquilamente, en el parque. Sacudió la idea de su cabeza. No con 20 años. Pero notó las manos de Asier acariciándola y se rindió. "La próxima", pensó, "la próxima vez que lo piense lo haré. Lo haré. Lo dejaré". Pero nunca lo hizo. Y no sé si fue feliz. Igual sí.
lunes, octubre 10, 2005
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